sábado, 26 de noviembre de 2016

the bill please



¿Cómo puede cambiar México?

Robos, asesinatos, secuestros…

Todo esto aderezado todos los días por corrupción, impunidad, desigualdad social y claro un delicioso postre de torturas, abuso de autoridad, enriquecimiento ilícito de los gobernantes.

Cada día un poco más caro comer, vestir, transportarse, cada vez menos seguridad social, cero pensiones para el retiro y una educación pública por los  suelos.

¿Y los comensales? Pues estos se sientan a la mesa a degustar estos putrefactos platillos mientras discuten que las cosas deberían de cambiar;  que ¿Hasta cuándo deben aguantar tantas injusticias y miseria?

Por supuesto que en las mesas cerca de la ventana, en los balcones, en las terrazas, hay algunos mexicanos bastante nutridos (algunos francamente obesos (de esa obesidad producto del hartazgo) otros tantos merodean las mesas para ver qué es lo que sobra, que migajas caen al piso, pero son los menos, algunos claro se han ganado ese lugar, en las mesas privilegiadas, de una manera honesta y como fruto de su esfuerzo o de su ingenio, tampoco hay que ser  obtusos, pero son unos pocos.

Allá arriba ni se sabe de qué hablan, de París, de Guiza, de la bolsa, pero acá abajo, todo el tiempo es lo mismo:

Propuestas y propuestas y propuestas, y quejas y quejas y quejas, mientras los comensales se limpian bocas y dedos con likes y retweets y compartir.

Otros tantos bloquean las puertas de los baños y la cocina ¡Nadie entra ni nadie sale mientras no nos cambien el menú! ¡Este restaurante es de todos! Obviamente muchos no les apoyamos ¡Tenemos que comer! ¡Tenemos que usar el baño! ¡Pónganse a trabajar  holgazanes¡

No tardan en aparecer los agentes de seguridad que ante el beneplácito de los comensales desalojan, ya nunca vuelven en igual número los protestantes, pero las sillas vacías se ocupan de inmediato, una veladora, una foto, alguna vieja señora que se acerca a preguntar ¿Le han visto? .. Pero no… nadie…

Ocasionalmente se escucha gritar desde la cocina a algún viejo chef que en un acto de conciencia vocifera ¡Ya no puedo seguir sirviendo esta porquería! Avienta con violencia delantal y gorro y sale a ocupar un lugar en la mesa... al principio sin hambre... rechaza todos los platillos, pero el hambre es el hambre y termina comiendo lo mismo que todos mientras refunfuñando mueve la cabeza, luego ya ni lo distingues, se acostumbra, como nos acostumbramos todos.

 Ni cuenta te das pero ya hay otro cocinero, nunca hay sillas vacías, ni vacantes que no se ocupen, meseros y garroteros metiéndole el dedo a las sopas o sorbiendo un poco de limonada, se les ve más felices que a nosotros y por supuesto eso genera envidias y desprecios.

Y no te hablo de afuera, de los desarrapados que forman filas interminables por querer entrar, no acabaría nunca, ni en diez volúmenes.

Yo desde que llegue ya las cosas eran así y me dicen que son así desde hace mucho, que ocasionalmente alguien se levanta y arroja los platos al suelo, que jalonea por los hombros a los  de a lado ¡Despierta! Les grita ¡Ya no traguemos mas de esta bazofia! ¡Oigan todos! ¡Ya no traguemos nada! ¡Que se pudra! Una o dos miradas de aprobación, pero sin soltar la cuchara, los más, solo levantan un poco la mirada, unos segundos y continúan como si nada ¡Pinche loco! …





 

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