El SIDA era una de esas cosas que no entendía bien pero me
aterraban de niño, esas cosas “mortales” que podían arrancar de la vida a
cualquiera y en cualquier momento, luego crecí y se convirtió en un tema
lejano, una de esas enfermedades de novela
o película gringa, que le da al protagonista y de ahí toda la trama gira en
torno a su prolongada agonía, luego fue un mito, una leyenda, algo que en
realidad no ocurría tal como se decía, oía hablar de prostitutas brasileñas
inmunes, ingleses que se curaron espontáneamente, que no era un virus, que sencillamente
era una depresión del sistema inmunológico y de ahí lo infructuoso de los
intentos por desarrollar una vacuna, luego se tornó en algo más personal,
alguien conocido de vista o amigo de otro amigo velaba un familiar recién fallecido.
Sin aviso, de repente un ser querido agonizaba, su suplicio
fue duro y cruel, una muerte indeseable,
termino con todo lo que él era, con su risa, su alegría su cabello, su estómago,
su carne... su humanidad, no creo que nadie pague nada en este mundo y él fue una
convincente evidencia, las cosas ocurren, los errores se cometen, la vida
es irónica, un mal chiste.
El SIDA fue más allá del enfermo destruyo corazones y marco
vidas que jamás serán las mismas.
Estamos vivos, celebremos, pero no olvidemos, el amor y el
placer son regalos, el cuidado, la fidelidad y la responsabilidad son deberes.
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