A veces la soledad es dura, como
si fuese una piedra, una roca que se carga aun en contra de la voluntad.
Un castigo de un crimen que no se
recuerda haber cometido.
De tanto en tanto se desvanece, permite brillar al sol y
compartir la palabra, solo para después volver gris y plomiza y dejar una nueva
huella en las cicatrices recién formadas.
Es ahí, en esa soledad, donde se buscan los recuerdos, donde se reclama al valor el haberse ido o el jamás haberse hecho presente, donde saltan esas dudas del si hubiera y esas promesas de mañana lo hare mejor, mañana podre, mañana me atreveré.
Y no importa si estas tu o si
estoy yo, ni siquiera importa si estamos ambos, o si están todos ellos, es esta
soledad impermeable, esquiva y constante, que invade todos y cada uno de esos
lugares dentro, donde no se permite el
paso a nadie o donde tristemente, nadie quiere llegar.
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